No se cuándo es el momento en el uno aprende a mostrar su disconformidad, cuánto se tarda en comunicar que no se está de acuerdo con lo que nos rodea, pero tuvo que ser cuando se toma conciencia de que lo que vive no está de acuerdo con lo que se piensa, cuando nos obligan a hacer cosas que no nos cuadran. Hasta que se convierte en un automatismo que se dispara y hacemos lo que creemos que debemos hacer en cada momento.
A esto se contrapone el estado de laxitud del “qué se le va hacer” lo cual implica el que no se está tan mal como para no poder soportarlo. Como las condiciones laborales extremas, que antes era inusual que fueran más allá de la lógica del trabajador y ahora es “normal” que estén más allá de lo saludable.
He encontrado quien defiende su derecho y condición de indigente laboral por encima de todo, es decir, se ha llegado a la cumbre de un gran estercolero y es lo mejor que hoy le puede deparar la vida para ganarse el salario. Considerando que el empleo ha dejado de ser un derecho hace tiempo y únicamente unos privilegiados tienen derecho al subsidio por paro, el estercolero es un paraíso que le depara un salario en el. Se da por supuesto, que incluye la pérdida de salud. Por otra parte, obligado a consumir y llegado el momento de la pérdida de parte de la salud que lo invalida para el normal desarrollo de muchos de los trabajos a los podría acceder, constatará que ni tan siquiera podrá trabajar en precario. Podría parecer que las personas deciden en qué se pueden trabajar y cuánta seguridad es suficiente, No es así: trabajaran casi en cualquier condición, asumiendo el riesgo sin inmutarse. Desde fuera, una valoración muy extendida es que lo más importante es el dinero que se obtendrá y que te hace volver al día siguiente. Comeré hoy y mañana me preocuparé si enfermo. A las obligaciones que les impone el estado de semiesclavitud en que pueden estar trabajando, únicamente les queda una por asumir al final de su vida laboral, la que les lanza hacia la sociedad de “consume mientras puedas, si puedes”. convertidos en otros desechos industriales más, como la materia prima que no puede ser reutilizada más, pasa a ser una lacra de la sociedad de consumo, una amenaza de la sociedad del bienestar y una carga para su familia. Pero esto, piensan, es una posibilidad remota que no les tocará vivir.
Bajo esta tensión vemos el mundo feliz empresarial en el que están más preocupados porque se tomen las máximas precauciones posibles. Pero la realidad sigue siendo tan terca que continúa habiendo personas que mueren al caer desde una altura con el arnés de seguridad puesto o electrocutadas o arrolladas en la carretera. Realmente se están preocupando de obtener beneficios sin la lacra de pagar salarios, sin soportar las quejas de nadie y sin la incomodidad de lidiar con sindicatos. Este grupo de privilegiados siguen imponiendo la caduca y artificial figura patriarcal del que posee más verdad cuanta más ostentación de la riqueza realiza, se es más honrado porque se pueden pagar querellas en los tribunales o porque se tiene la posibilidad de ofrecer remos libres en sus galeotes, situación que obliga a la prostitución laboral inducida o impuesta por las circunstancias según se mire.
Ante este panorama que parece estabilizado existe un detonante que puede llevar a la locura: no pagar por el trabajo realizado cuando esto supone la quiebra de la vida ordinaria. Por un puñado de euros un homicida mata a cuatro personas consiguiendo únicamente uno de sus objetivos, acabar con la vida del empresario que lo contrató. Hay que hacer pocas bromas con esto. Las personas de a pie tienen el sustento de su trabajo y casi todo en su vida pende de ese hilo. Perdido este soporte vital, la deuda de dos pagas extras y 15 días de sueldo pesan como plomo. Es la manera de demostrar con hechos que no se está de acuerdo con la situación. Seguro estoy de que habría habido comunicación entre las dos personas antes de llegar a este final, pero cuando a los que trabajan se les quita su dignidad, únicamente queda el dinero y si esto falla no se puede soportar… “El asesino de Olot mató a su jefe porque no le pagaba y lo tenía dentro 'como una serpiente”. quizás no sea un modelo de referencia, quizás sea el comienzo de la crisis de la sociedad donde todo es vulnerable.